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j.m.cortizas
Miércoles, 17 de agosto 2016, 23:17
Que en Francia sueñan en modo basket con España, personalizada en Pau Gasol, es una obviedad. Que les dolió a los galos en lo más profundo de su ser cuando hace un año el santboiano se encargó en primera persona de ofender a sus carceleros ... con una actuación sublime (40 puntos) en la semifinal del Eurobasket que se había dispuesto para que culminara con la entonación de La Marsellesa por 27.000 voces en el Pierre Mauroy, también. Lo bueno que tiene el mejor jugador patrio de la historia es que es una suerte de Cid Campeador, capaz de seguir marcando muescas con la sola pronunciación de su nombre. En Río sucedió algo así.
No le hizo falta a Scariolo disponer de la mejor versión ofensiva del barcelonés. Y tuvo toda la pinta de que fue algo incluso buscado. No sus fallos en el lanzamiento (2 de 7 en tiros de campo y 1 de 3 desde la línea de castigo), por supuesto. Pero entre la defensa a la carta que espera sobre él y el cada vez más momento on fire de sus tiradores oficiales, el técnico italiano fue moviendo al 4 con mecanismos selectivos. Lo mismo le llegaba la hora de asistir a su compañeros (3), que pivotar lejos del aro, amagando el pick and roll antes de dar un paso lateral abriendo la barrera para la llegada hasta la cocina de sus compañeros. Todo ello sin desatender la carga sobre el rebote (8).
Se relamían los exteriores ante tal situación que formaba parte fija del decorado. Entre otras cosas porque la temible superioridad física de Francia nunca se dio. Sus intentos iniciales por emparedar a Pau Gasol entre las marcas de Gobert y Diaw nada tenían que ver con la sobredosis de cera repartida un año atrás en aquella antesala de la final continental en Lille. Tampoco los pequeños galos intimidaban en el cuerpo a cuerpo. Al contrario. Las dos marchas más con que Ricky Rubio puede jugar por edad y condiciones ante Parker convirtieron a la estrella francesa en un oponente rendido, incómodo, resignado. La supuesta electricidad con la que Heurtel había campado a sus anchas por la Liga Endesa tampoco fue un hecho y De Colo apareció más solo ante el peligro que nunca.
Esa inercia de buscar la línea mágica fue allanada por la peculiar coreografía interpretada por Pau Gasol. Pendientes de la marca su pareja más a quien le correspondía ayudar en el teórico flanco débil, los de Scariolo se dedicaron en cuerpo y alma a una de sus pasiones: el extrapass. A veces poco entendido, la verdad, porque hacer llegar la pelota bajo el aro, sin oposición, para de inmediato devolverla al perímetro, cambiar dos puntos seguros por tres que dependen en buena parte de la puntería que reduce la proporción de éxito es un manejo que España suele culminar con un acierto tan elevado como es el riesgo que entraña.
Jugando dentro-fuera, los ya semifinalistas son avezados intérpretes de una variante que duplica su letalidad entre el lanzamiento y la explosividad para penetrar. Pero atrás no se quedan huérfanos. Que se lo pregunten a los galos, a un Tony Parker que ensalzaba la defensa rival comparándola con la de los Spurs en los que coincidirá con Pau Gasol en unas semanas. El mismo jugador que veía evidentes trazas de similitud entre el ataque de San Antonio y el de España, con la obsesión ambos por encontrar siempre al compañero más libre posible.
Visto lo visto, aunque ambas selecciones están cerrando un ciclo, el francés parece haber concluido ya. A España veremos cuánto se podrá llorar añorando uno de los triunfos regalados a Croacia y Brasil le queda cuerda para seguir como candidata al medallero. Mantiene la hoja de ruta que imprimió camino de Río.
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