Derrotado y abucheado

Ya derrotado, con la bandera de Estados Unidos torpemente colocada sobre los hombros, buscaba con la mirada a Bolt, el hombre que él quisiera ser, mendigando un pedacito de escenario. Pero Bolt es la estrella no solo por ser el mejor sino también por ser el más divertido, el más espectacular y se marchó a celebrar su tercer oro olímpico consecutivo sin esperar a nadie.

Gatlin, además, se ha convertido en algo así como en la proa de los tramposos. Su pasado, marcado por esos cuatro años de sanción por el uso de esteroides mucho más que, por ejemplo, su título olímpico en Atenas, es un lastre, una argolla ceñida al tobillo del velocista del bigotillo y los brillantes en los lóbulos. Es rehén de su pasado. Y su conversión en símbolo del dopaje provoca que el público del estadio Joao Havelange, excitado por una noche mágica, le abuchee inmisericorde.

El estadounidense, de 34 años, ha hecho todo lo posible por mejorar para poder vencer en alguna final a Bolt. Perdió más de diez kilos y en 2012 contrató a Dennis Mitchell y, además, pidieron ayuda a Ralph Mann, un exatleta subcampeón olímpico y biomecánico, para pulir su técnica de carrera. El fruto fue esa salida magnífica, pero insuficiente. Como siempre. Como en los últimos Juegos y Mundiales, en Londres, Moscú y Pekín, donde siempre vio pasar al mismo cohete, el mismo Rayo, Usain Bolt.