Con diez segundos basta

Luego vino Jesse Owens, la bandera negra frente al nazismo de Hitler en Berlín 1936. Owens fue un símbolo y un atleta excepcional: llegó a batir cuatro récords mundiales en un día. En Berlín, pese a su estatura media, arrasó frente al poder ario. Sus piernas dieron 46 pasos, cinco más de los que ahora necesita Bolt. Era una trituradora. Pero era negro en aquella América dividida por el color de la piel y acabó malvendiendo las medallas. El oro no se puede comer, dijo. Ahora las subastan por cifras millonarias.

A Bob Hayes le tocó asombrar en Tokio 1964. Era un jugador de fútbol americano. El primer velocista moderno. Tan compacto y musculoso. Ganó la final pateando por la calle uno, sobre la ceniza machacada que habían dejado los participantes en los 10.000 metros. De ahí regresó al rugby y ganó la Superbowl con los Dallas Cowboys . Valía para todo, pero le quedó algo por hacer: no logró bajar de diez segundos. Eso fue obra de Jim Hines, una de las estrellas de México 1968 y componente de la primera final de los cien en la que ya no había atletas blancos.

Carl Lewis elevó el atletismo enlos años ochenta. La belleza en movimiento. Se mantuvo en la élite durante 16 años y lo ganó todo en la velocidad y la longitud. La final de los cien en Los Ángeles 1984 paralizó el mundo. Lewiss frente al canadiense Ben Johnson, que destrozó el cronómetro con una marca entonces impensable: 9.79. Enseguida se supo que aquel enorme salto era obra de un trampolín prohibido: el dopaje. La mancha que no se va. Por eso ahora el atletismo se agarra a Usain Bolt, el mejor de todos.