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JON AGIRIANO
Sábado, 14 de junio 2014, 01:25
España debutó en el Mundial de Brasil recibiendo una humillación sin precedentes en un vigente campeón del mundo. La sangrante goleada sufrida ayer ante Holanda tuvo un aire inequívoco de funeral, de despedida de cuerpo presente de un equipo que maravilló al mundo. Puede que sea precipitado escribir el epitafio, al fin y al cabo quedan dos balas en la recámara, pero todos los indicadores del partido de ayer en el estadio Fonte Nova de Salvador de Bahía retratan a una selección agónica, desconocida por su endeblez defensiva y por la lacerante debilidad de sus estrellas, sobre todo Iker Casillas, más hundido que nunca, culpable directo de tres goles. La manera en que los jugadores españoles se ausentaron en una segunda parte nefasta dejando que Van Persie y Robben les masacraran y la grada disfrutara cantando olés, resultó, sencillamente vergonzosa. Fue, sin duda, el peor trago por el que ha pasado nunca este equipo.
Sólo hay una manera de no capitular tras un escarnio semejante y es suponer que lo de ayer fue un accidente, aunque fuera con diagnóstico de siniestro total. Se trata de una teoría que sólo tiene una base: pensar en que David Silva tuvo el 2-0 en sus botas antes del descanso y que a estos futbolistas no se les puede negar el crédito hasta que estén debidamente enterrados. El problema de fondo es que, tras lo visto en el estadio Fonte Nova, hay muchos más argumentos para pensar en negativo, como diría Van Gaal.
La estrategia de Van Gaal
Falta de frescura física y de carácter para reaccionar, escasa calidad en la circulación, errores de bulto, una inconsistencia defensiva tan extraña que, en sólo noventa minutos, España encajó casi el doble de goles de los que había encajado en los 13 partidos que jugó sumando el Mundial de Sudáfrica y la pasada Eurocopa.... Lo cierto es que 'La Roja' cayó ayer a un pozo muy profundo y necesitará una terapia de choque para salir de él.
Nadie dudaba de que Louis van Gaal iba preparar un tratamiento específico para intentar desactivar el juego de España reduciendo al máximo el margen de maniobra de sus centrocampistas. Lo hizo con un dispositivo muy clásico, adelantando treinta metros la defensa. El cálculo era bien fácil de hacer. Como la línea de retaguardia española también se mueve a esas alturas del campo, el partido se jugaría en apenas cuarenta metros. Para el equipo de Vicente del Bosque eso suponía una buena oportunidad de buscar en largo a Diego Costa, que iba ser uno de los protagonistas del partido. Desde el principio, recibió la reprobación general del público brasileño, que pitó cada una de sus acciones y coreó su nombre llamándole traidor. No lo va a pasar bien el delantero de Lagarto en este Mundial. Es más, está por saber si la inquina hacia a él puede afectar de algún modo a sus compañeros en los dos partidos a vida o muerte que tiene por delante tras el descalabro de ayer.
España tardó casi media hora en encontrar al delantero del Atlético, que se fabricó con astucia un penalti que Xabi Alonso transformó. Durante ese tiempo, hasta el 1-0, el partido fue muy táctico, con los dos equipos agarrotados en su estreno mundialista, sobre todo España, que tardó lo suyo en romper a jugar y cuando lo hizo tampoco fue como para tirar cohetes. Sufría con la telaraña holandesa y con algún error puntual, como el que cometió Jordi Alba en el minuto 8. Sneijder se plantó sólo delante de Casillas, que le aguantó y le sacó el balón con la manopla. Nadie pudo pensar en ese momento que el capitán iba a vivir la noche horribilis de su carrera.
Esa jugada fue un aviso de que, sin hacer nada, sin más argumento que un chispazo de talento de sus mejores jugadores o un pequeño regalo, Holanda podía hacer mucho daño. Los campeones del mundo lo comprobaron en el peor momento posible, justo antes del descanso. David Silva, poco conectado en esa primera parte, acababa de fallar una ocasión clamorosa tras un pase genial de Iniesta, siempre al mando de las mejores operaciones de la Roja. Las poquísimas que hubo. Hubiera sido el 2-0 y quién sabe si el certificado de la victoria y, prácticamente, el pasaporte para los octavos. El balón llegó a Blind, el carrilero izquierdo de los Oranje, un zurdo con mucha clase que en el Ajax juega de medio centro. Van Persie se fue del marcaje de Sergio Ramos y recibió el pase medido de su compañero. Su cabezazo en carrera pilló a Casillas adelantado. En apenas unos segundos, pues, el partido había dado un giro radical. Pongamos de noventa grados.
Pletórica de moral con el empate tras haber visto de cerca la guadaña, Holanda se agigantó tras el descanso, bajo la lluvia que comenzó a caer en Salvador de Bahía. España continuaba flotando sobre el partido, espesa, sin tensión. El 2-1 de Robben les mató. Fue un desvanecimiento total que la entrada de Pedro y Torres por Xabi Alonso y Diego Costa a la hora de juego estuvo muy lejos de impedir. Es más, al tolosarra se le echó de menos en la larga tortura que fue el partido hasta el pitido final, con la selección desarbolada y los holandeses haciendo toda la sangre que podían. Y gracias a Casillas y a un Sergio Ramos convertido en la sombra del jugador que ha sido siempre, pudieron hacer mucha. Mucha más de la que nadie hubiera podido imaginar.
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