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Jorge Alacid
Miércoles, 2 de septiembre 2015, 19:30
Temporada 83/84. Segunda B. Último partido de Liga. Ascenso en juego. Las Gaunas: centro flojito hacia el área del Osasuna B, la pelota se pasea desde una punta del área hasta otra y llega a la jurisdicción de Pita, lateral derecho del Logroñés que aparece con la frecuencia habitual lejos de sus dominios. El futbolista blanquirrojo está a punto de entrar en la historia: golpea el balón en semifallo, un toque mejorable que sin embargo consigue su propósito. Gol. Gol en Las Gaunas. Gol en el descuento. Victoria y ascenso. El equipo de casa dejará de vagar por la división de bronce del fútbol nacional y militará en la de plata la temporada siguiente. Logroño fue una fiesta y el desparecido estadio, un manicomio. La euforia viajó desde la cancha a la grada, contagiando al banquillo local que entonces dirigía el gran Delfín Álvarez, legendario entrenador de peculiar estilo. El sábado falleció y dejó un enorme vacío en la memoria de los aficionados que no olvidan aquella campaña memorable, a la que siguió otra (la temporada 85/86) también muy brillante. El Logroñés, el viejo y amado Logroñés, se acaba de quedar sin una de sus leyendas.
Delfín Álvarez Yáñez, que así era su nombre completo, falleció la semana pasada en Madrid, víctima de una larga y penosa enfermedad. Había nacido en una pequeña aldea orensana, Veiga, en 1936. Futbolista criado en la cantera del Real Madrid, militó en el entonces filial madridista A. D. Plus Ultra, y llegó a debutar en Primera División con el Granada en la temporada 1960-61. Fue un jornalero del fútbol, ese tipo de jugador que casi ya no queda, que garantizaba oficio, regularidad y entrega, como comprobaron las aficiones que lo cobijaron: Murcia, Español y Pontevedra. El equipo gallego fue su último destino como futbolista; del terreno pasó a los banquillos, donde protagonizó una larga y fecunda carrera: Guadalajara, Orense, Badajoz, Pontevedra C. F y (bingo) Club Deportivo Logroñés: a Las Gaunas llegó para hacerse cargo de la plantilla blanquirroja en aquella inolvidable campaña 84/85, coronada con el mencionado gol de Pita y el histórico ascenso.
Fue aquel Logroñés un equipo de leyenda, porque al éxito en la clasificación supo sumar un elevado gusto por el fútbol de toque que casaba mal con la trayectoria habitual en Las Gaunas, territorio más propicio para el llamado fútbol norteño. Era más bien la patria, una de tantas patrias, del fútbol belicoso: barro, balonazos a la olla, despejes sin contemplaciones. Con ese juego acabó Delfín Álvarez, que prefirió dirigir una orquesta sinfónica. Con un centro del campo estupendo donde Salvador ponía el metrónomo a funcionar y Mendilibar y Echebarría, la clase por las bandas, aunque los aficionados más veteranos recordarán también a otros héroes de aquella campaña: Rus, Salvador, Casado, Chechu...
De Logroño, Delfín Álvarez salió con destino a Elche, equipo enrolado entonces también en Segunda División, antes de recalar en Santander el verano de 1987 para hacerse cargo del Racing. No tuvo suerte y fue cesado en los últimos días de enero de 1988 por los malos resultados, aunque luego siguió entrenando: Alzira, Celta, Orense otra vez, Xerez, Marbella, otra vez a Elche, Guadalajara y finalmente, en el verano de 1999, se hizo cargo de nuevo del Pontevedra, donde estuvo año y medio en Segunda División B, hasta que tuvo que dejar de entrenar por problemas en una cadera que requirió de varias operaciones. Una fea manera de abandonar el fútbol, por la puerta de atrás. El adiós que no merecía un veterano de tantas y tantas batallas por esos campos de España, cuando el fútbol era otra cosa y sus protagonistas, también. Cuando un entrenador, como era costumbre con nuestro Delfín, podía sentarse en el banquillo a dirigir a los suyos mientras se fumaba un formidable habano. Tan formidable como el recuerdo que dejó en Las Gaunas: el mago escondido detrás del equipo al que hizo tan feliz aquel gol de Pita.
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