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Javier Bragado
Miércoles, 9 de diciembre 2015, 23:02
No hubo duelo entre José Mourinho y su antiguo pupilo Iker Casillas. Ni siquiera cuando el portugués esperó a su antiguo futbolista a la salida de los vestuarios en el descanso. El de Setúbal esperó en las escaleras que dan salida al campo pero cuando ... el exportero del Real Madrid pasó por allí con sus compañeros ni siquiera le dedicó una mirada, un gesto o un saludo al que agarrarse los adictos a la polémica. Ni chispas ni sangre. De hecho, el único careo real y físico de Casillas fue el que tuvo con su compañero de selección, Diego Costa, cuando el delantero dejó una pierna suelta para que tropezara el mostoleño durante una jugada del partido. La posterior discusión entre ambos se saldó con una tarjeta amarilla para el del Chelsea. Pero no hubo más enfrentamiento que ese en el campo porque el Chelsea no necesitó acosar a la portería del Oporto gracias a un serie de catastróficas desdichas que abocaron a un tempranero gol en contra del equipo portugués para disfrute de los futbolistas de Abramóvich.
Más allá del metafórico duelo entre Mourinho e Casillas, las cuentas estaban claras antes de empezar en Stamford Bridge. Asumida una victoria del Dinamo de Kiev contra el Maccabi de Tel Aviv en el otro partido del grupo, al Oporto le bastaba empatar en Londres para acceder a octavos de final. Quizás por eso a Julen Lopetegui se le ocurrió presentarse con cinco defensas a domicilio para así guardar una portería que sin goles les daría un puesto en la siguiente ronda. Sin embargo, la acumulación de zagueros consiguió crear más caos que sensación de seguridad y terminó por ser su propia tumba. Así se creó el primer gol del partido, con los 'blues' creando una ocasión al contragolpe ante la poblada línea de los portugueses, con Diego Costa en un cara a cara con Casillas que solventó el español con una parada pero con la fatalidad de que el balón tropezó en Iván Marcano y se dirigió a la red. De nada sirvió la carrera de Martins Indi porque cuando sacó el esférico ya era el primer gol en propia puerta de la carrera de Marcano y el final del Oporto en la Liga de Campeones.
Conforme avanzó el duelo la situación mejoró para los británicos. Si en la primera el Chelsea fue con paso lento y precaución, en la segunda mitad pudo liberarse del dominio de la posesión que el Oporto ejerció de manera improductiva durante todo el choque. A ello contribuyó un nuevo error de ajustes defensivos en la defensa portuguesa que posibilitó huecos para el contragolpe local que finalizó William con un gol tras un pase de Hazard. Entonces se vieron las mejores características del club de Roman Abrahamovich: juego directo, velocidad y calidad en los últimos metros. Alcanzada una ventaja satisfactoria y con un rival sin ideas, el final del partido fue un placer para las tácticas de Mourinho. Hazard disfrutó de libertad para apuñalar a la desestabilizada zaga portuguesa y proporcionó a sus compañeros varias oportunidades para apuntalar una goleada que no llegó pero sí el pase del que podría presumir Mourinho. En el lado contrario el Oporto nunca fue capaz de responder a la coyuntura adversa que pareció un fado, una queja por un destino, un canto de resignación por un mal momento de la vida. En Londres lo entonaron los portugueses con letra dictada por su compatriota.
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