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J. GÓMEZ PEÑA
Lunes, 21 de julio 2014, 00:42
Por tres pedaladas, Jack Bauer no ganó en Nimes, la Andalucía francesa, la Roma de los galos. Así apodan a esta ciudad orgullosa del anfiteatro de su plaza de toros y que será salida de la Vuelta a España 2017. Ciudad mestiza. Y más ayer. Como le pasa al resto del Tour, fue conquistada por la Unión Soviética, que ha vuelto, al menos al ciclismo. Bauer es neozelandés y corre en el Garmin estadounidense. No podía ganar. En este Tour manda la URSS. El líder absoluto es un italiano, Nibali, pero lleva el uniforme azul celeste del Astana de Kazajistán, antigua república soviética. Su gran rival era Contador, ya ausente, que suda a sueldo de un millonario ruso, siberiano, en el Tinkoff. El rey de la montaña es el catalán 'Purito' Rodríguez, escoltado por los chicos del Katusha.
En este equipo ruso que celebra sus presentaciones en el Kremlin para orgullo de Putin, pedalea el velocista Kristoff, que a tres pedaladas de la meta, junto a la arena del coso taurino, dio la puntilla a Bauer y Elminger, escapados más de 200 kilómetros. Kristoff es noruego, aunque suena a ruso. De la extinta Unión Soviética son sus antepasados. ¿Extinta? No en este Tour.
En la salida de Tallard corría la historia de Andriy Grivko, guardaespaldas de Nibali en el Astana; ucraniano de Crimea, la península ahora rusa. El trabajo de Grivko en el Tour es apartar las moscas de Nibali. Que nada moleste al líder. Actúa como un perro de presa. Vive desde el Tour el desgarro de Ucrania. Ha evitado las entrevistas, pero ayer concedió una al diario del Tour, a L'Equipe, que así la tituló: «La dictadura rusa se ha instalado en mi casa mientras yo pedaleo». Ucrania también viene de la URSS. «Yo tenía ocho años cuando la Unión Soviética desapareció. Todos creyeron que habíamos ganado la libertad, pero hoy todo sigue igual», lamenta. Tanto tiempo callado y ahora habla con ganas: «El referéndum de independencia de Crimea fue una parodia. El día de la votación las carreteras de acceso a los colegios electorales estaban bloqueadas». Crimea y Ucrania son, defiende, europeas, no rusas. De Crimea le llegan noticias de su hermana, que rechaza el pasaporte ruso. «Nos quieren echar de nuestra casa». Mientras, él pedalea en este Tour donde también marca el ritmo la vieja URSS.
'El asesino de fugas'
De otro régimen comunista es el chino Ji Cheng, último de la etapa de ayer, el farolillo rojo en la general. Al bajarse de la bici en Nimes casi no podía ni andar. Se apoyaba titubeante en la chapa del autobús del Giant. «¿Vas a hacer rodillo?», le consultó un auxiliar. Ji Cheng ni respondió. Caminaba como si hubiera bajado de un caballo. Nada de rodillo. Ni una pedalada más. Había llegado el último porque es el primero en tirar cada día a por la fuga. El Giant vive para los sprints de Kittel. El primer ciclista chino del Tour es la primera bala que gasta el equipo holandés. Y así cada día llano. Le llaman 'El asesino de fugas'. Ese oficio le está matando. Pero por él y otros como él, las escapadas no llegan.
Como había miedo a los abanicos en los campos de lavanda de Provenza, a Kittel su director sólo le dio ayer una orden: «No te pares ni a mear. Y si no te aguantas, mea sólo cuando veas que lo hace Nibali». Todo el mundo, salvo el líder, anda con las piernas en ruinas. Aunque siguen a toda pastilla. El suizo Elminger y el neozelandés Bauer se escaparon al poco de salir de Tallard, con más de 200 kilómetros de viento, sol, lluvia, rotondas y tensión hasta Nimes. Por defender el sprint de Kittel, el chino del Tour se puso a tirar.
A la electricidad no le va el agua. Una tormenta de nubes que se apelotonaban en el cielo alcanzó a los ciclistas. Primero regó los charcos. Luego diluvió. Escupió agua. Más nervios. Nibali, líder templado, seguro, abortó él solo un intento de abanico del BMC de Van Garderen. Tiene el Tour en su mano. Ni las preguntas sobre dopaje le alteran: «Estamos pagando ahora lo que pasó en años anteriores». Con el viento a la espalda, Nibali y el pelotón se acercaron a los dos fugados. Las rotondas de Nimes desgarraban en dos al grupo. Elminger, que es hábil, y Bauer, que es potente, se refugiaban en esos cambios de ritmo. Detrás, a los equipos de los velocistas les fallaban las fuerzas. Están consumidos por dos semanas largas de Tour, de tanta lluvia y de días en los Alpes con calor del Sáhara.
Kittel no paró a orinar. Ni para eso le sobraba el resuello. El trabajo del chino fue en balde. El mejor velocista del inicio del Tour se ha apagado. Greipel, ciclista de la antigua República Democrática Alemana, y Kristoff, nórdico del Katusha ruso, ocuparon su lugar. Greipel trató de amedrentar a Kristoff contra las vallas. El noruego, perímetro de culturista, se hizo hueco con el hombro. Y arrancó a por los dos escapados que cabeceaban con la pancarta de Nimes ahí mismo. Primero aplastó a Elminger, de la neutral Suiza, y a treinta metros de la raya, a tres pedaladas del éxito, hizo llorar al desconsolado Bauer. Al cruzar la meta, el neozelandés se agachó sobre su bici. Goteaba sudor por la barbilla y lágrimas entre las manos que le tapaban los ojos. La etapa, como el Tour, iba ya hacia un equipo de la vieja URSS.
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