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J. GÓMEZ PEÑA
Viernes, 18 de julio 2014, 01:02
Justo el martes, cuando Contador esperaba con la pierna rota a que el jet privado de Tinkov le sacara del Tour, el verano se despertó en Francia. Con prisa. El calor lleva dos días recuperando el tiempo perdido. El Sky, el equipo que tiene un pie metido en el futuro, no salió a rodar esa mañana. Pasó la jornada de descanso bajo techo. Porte y los suyos montaron las bicicletas sobre rodillos, en una sala del hotel donde habían instalado ventiladores de aire caliente. Pedalearon en la boca de un secador, a 40 grados. Un río de sudor. Venían del Tour frío y así le avisaron al cuerpo de lo que esperaba.
Con el calor, el Tour es otro, el de siempre. Ahora que vienen, hoy y mañana, los Alpes donde se verá a Nibali, Porte y Valverde, el Tour empieza el deshielo. A 35 grados sobre la brea, apareció en el sprint de Saint Etienne un trozo de glaciar, el noruego Alexander Kristoff, ganador de la Milán-San Remo y de la etapa de ayer. Kristoff, que viene del norte y suda a mares bajo este sol tardío, dejó helado a Sagan, otra vez segundo. Y van cuatro balones al larguero. A Sagan se le ha olvidado ganar. En la meta, el eslovaco se calentó y le dio por tirar patadas. Rabia. Calor de Tour, que coge temperatura en la puerta de los Alpes.
La caravana de la Grande Boucle se tostaba ya en la salida de Bourg en Bresse. Aliento de volcán. Un auxiliar del Giant, martillo en mano, machacaba una botella de hielo. Máquina artesanal de fabricar cubitos. Wegelius, director del Garmin, hablaba de Talansky, que no pudo salir porque le quemaban las heridas. Johny Schleck, el padre de los hermanos, se protegía a la sombra del autobús del Trek para ver al hijo que le queda en carrera, Frank. A la zona del Tinfoff ya no se arrimaban las cámaras. Ya no está Contador. «Ha dormido mejor, pero le duele mucho la pierna. No pierde la esperanza de ir a la Vuelta, pero ...», dudaba Jacinto Vidarte, su jefe de prensa. «El calor ha llegado tarde para Alberto», lamentaba.
Al lado, el holandés Koen de Kort posaba para una televisión mostrando sus tatuajes, que goteaban calor. El termómetro se ha puesto a juego con el Tour. Los preparadores físicos sudaban viendo los datos de la etapa del miércoles, etiquetada de transición. Sin un puerto de primera, fue el día que más peso perdieron los corredores goteando sobre el asfalto. Y eso que comieron sin parar y bebieron ocho botellines por dorsal. Es lo mismo. El calor machaca, estruja.
Lo que no ha frenado el sol es el incremento de la lista de bajas. Toda la mala suerte del Tour trazó una curva a la derecha en medio de Le Bois d'Oing, pueblo situado a 95 kilómetros de la meta. David de la Cruz, que tiene 25 años y apenas lleva seis sobre una bici, compartía giro con los otros tres escapados: Langeveld, Clarke y Rast. Un debutante en fuga. Un chico feliz. El cajero de un supermercado de Sabadell que iba para atleta y siempre se lesionaba, el loco que se enamoró de una BH de mountain bike pegando la nariz en un escaparate, el chico que se metió en una tienda de bicicletas para arreglar su primer pinchazo y salió de allí soñando con ser ciclista. Eso es ya, corredor del Tour tras una carrera meteórica. Allí estaba, en la carrera de la que nada sabía hace sólo seis años. Disfrutando hasta que la rueda delantera se le fue en esa curva de pinta inofensiva. Cayó mal. Seco. Iba lento. Se dio directo con el hombro. A plomo. Sonó el chasquido de la clavícula derecha. Se escuchó su grito mientras se retorcía en el asfalto caliente del Tour. Dentro de la ambulancia, cuando le sacaban entre lágrimas del Tour, le recetaron una palabra difícil de cuadrar con la juventud: paciencia. Tiene clase y tiempo para lucirla. En otro Tour.
Gallopin, fundido
El de ayer corría dentro del horno. El Europcar se encargó de tachar la fuga en las cuestas que subían hacia Saint Etienne. Ciudad verde. De ese color, verde oscuro, viste el Europcar. Lanzó a Gautier y Quemeneur para alcanzar al último escapado, Clarke, más veloz que ellos pero más gastado. No hubo pacto. Se miraron y se inmolaron.
El grupo, tirado por el Giant de Degenkolb, los devoró con la ciudad a la vista. Faltaban Gallopin, el quinto de la general, fundido entre los triunfos y los besos de su novia Marion, y faltaban Greipel y Chavanel, caídos y enzarzados en un bronca. De verde va también Sagan. El maillot de la regularidad. Es regular: no gana nunca en este Tour que le ha visto ocho veces entre los cinco primeros. Ayer, en el sprint que Degenkolb perdió cuando le cerró Trentin, Sagan volvió a ser segundo. Esta cuarta vez que falla le batió un noruego enorme del Katusha. Y del Tour que sube hoy a los Alpes, a la Chamrousse. Hasta la sala de prensa se calentó ayer. A Nibali, líder con dos minutos y medio y sobre Porte y casi tres sobre Valverde, le preguntaron ya sobre el dopaje. Es el estigma del maillot amarillo. Sea quien sea.
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