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J. GÓMEZ PEÑA
Jueves, 17 de julio 2014, 00:36
Tras una semana larga buceando, el Tour se puso ayer a secar. Así, al sol, la ovación del público de Oyonnax se prolongó media hora desde que llegó el primero, el francés Gallopin, hasta que apareció el último, el estadounidense Talansky. Aplausos merecidos. Gallopin, jugando con su rodilla como si fuera un timón, se tiró sin miedo ni bozal por el descenso de la Cota de Echallon. Cuando Sagan le atrapó, se escondió a su rueda. Esperó y a dos kilómetros de Oyonnax, al ver que Sagan llevaba atados a su cola a Rogers y Kwiatwoski, se largó para emocionar otra vez a Francia, como había hecho el domingo al vestirse de líder efímero.
En Oyonnax le rociaron con aplausos y lágrimas. Es un Tour llorón. La novia de Gallopin, novia de Francia, ciclista y guapa, estaba en un estudio de televisión a lágrima viva. No deja de llorar en este Tour en el que chico no deja de subir al podio. A media hora, con las fuerzas de un saco vacío, venía Talansky, llorando también, molido a caídas, con la espalda cuadrada. Le habían ordenado que se retirara, que no valía la pena, que éste ya no será su Tour. No obedeció. Le llaman 'pitbull' por su carácter. Nunca un paso atrás. «No podía abandonar por respeto a esta carrera», dijo.
Y sin Contador, que cojea en casa lejos del Tour. Sin él y sin Froome, la ronda ha quedado decapitada. «Es el momento de perder la cabeza, de atreverse, es la hora de los franceses», se lanzaban ayer los periódicos galos, revividos al ver cómo los jóvenes Bardet (4º), Gallopin (5º), Pinot (6º) y el viejo ingeniero Peraud (8º) acechan el podio que ahora ocupan Nibali, Porte y Valverde.
El Tour de Francia para los franceses. Ni se acuerdan de algo así: desde 1985, desde el quinto triunfo de Hinault, el ciclismo galo pisa un desierto. Para llegar a la orilla tendrán que superar primero a Valverde, cansado ayer. «Ufff. A ver si me encuentro las piernas en los Alpes», declaró. Luego, la tropa francesa deberá deshacerse de Porte, que ayer mostró fisuras en los dos descensos finales. Y por último les quedará Nibali, el único ciclista de este Tour que parece tener aún los músculos repletos de energía. Es un corredor de agua, de frío y de nieve. Eso dicen. Él, vestido de amarillo, asiente, pero va más allá. Es siciliano. «El calor también me viene bien». Nibali, el 'tiburón'. Es anfibio, de agua y sol.
En la salida de Besanzón, la lluvia estaba en su sitio de veraneo, corriendo por el río. Lucía al fin Francia. El primer sol francés de este Tour. Los ciclistas se tostaban para quitarse la roña de tanta agua. Como animados por esta tardía entrada del verano, recorrieron 47 kilómetros en la primera hora. Lemoine, Elminger y Delaplace montaron el trío de la fuga. Buen paisaje. Verde, bien regado. Con lagos aquí y allá. Lo llaman la 'pequeña Canadá'. Corrían los árboles a espaldas de la fuga. Pero el trío estaba condenado. Para alcanzar Oyonnax había que subir cuatro puertos menores y otros tantos repechos. Oyonnax es la capital industrial del plástico.
La pelea de Talansky
Ajeno a la pelea por la etapa, Talansky se pegaba consigo mismo. Es el ganador del Dauphiné, por delante de Contador y Froome. Es el americano que viene. El que acabó segundo tras Nairo Quintana el Tour del Porvenir de 2010. El chico nacido en Nueva York y criado en Miami que iba para atleta hasta que una lesión le metió en la carretera. El descarado que se plantó en una carrera y le soltó al mánager del Garmin, Jonathan Vaugthers: «Hola, soy Andrew y quiero correr en tu equipo».
Con ese maillot corre este Tour. Así vestido, con el codo zurdo vendado y la espalda acuchillada en la caída del sprint de la séptima etapa, se bajó de la bicicleta cuando faltaban más de 60 kilómetros. Se sentó en el quitamiedos, con movimientos de paciente de hospital, como un muñeco articulado. Vaugthers se arrodilló ante él. Le quiso convencer de que lo dejara, de que ya había cumplido. Pero un 'pitbull' está hecho para morder. Talansky, quitándose las lágrimas a manotazos, volvió a la bicicleta. Solo. Su victoria era sobrevivir, llegar dentro del control.
Delante tiraba su equipo, el Garmin, el que aceleró el quebrado camino a Oyonnax. Roche, liberado de su sumisión a Contador, montó una fuga con Gautier, el joven Herrada y Bakelandt. Sagan no se lo permitió. Les cazó cuesta arriba. Pero había que bajar hasta la ciudad del plástico. Mientras Rui Costa cedía un minuto, Gallopin se empeñó en hacer llorar a una azafata del Tour, a Marion, su chica. Lágrimas de vértigo y de emoción en ese descenso loco.
Los Gallopin llevan medio siglo en el ciclismo francés. Su tío Alain fue el masajisa personal de Fignon, el ídolo para siempre del Gallopin que ayer se jugó la cara en cada curva. Fue valiente y luego fue listo cuando le atraparon Sagan, Kwiatkowsi y Rogers. Aguardó y después saltó sobre ellos. Da gusto ver a Gallopin, perfecto estilo de rodador cincelado desde crío a rueda de la moto de su padre, también corredor. En Oyonnax redondeó su Tour. Ganó la etapa tres días de después de haber sufrido «como un perro» para defender un liderato que perdió. Francia le quiere, le ovacionó y mantuvo los aplausos media hora, hasta que entró Talansky. Doblado, pero dentro del Tour. Los jueces, fríos ellos, le sancionaron con 10 segundos por abrigarse tras el coche de su equipo. El Tour es tan grande como cruel.
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