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J. GÓMEZ PEÑA
Martes, 9 de septiembre 2014, 01:18
El cartel de tráfico de Somiedo avisa: 'Peligro Osos'. Por la Farrapona suben dos. Tira del dúo Chris Froome, que es casi albino, que pedalea sentado, cabeza caída, afilando chepa. Le sigue, le calibra, Alberto Contador, que tiene la piel oscura como el bronce, que va de pie sobre la bicicleta, que circula con la cabeza alta como un periscopio, que muestra el destello de sus dientes, que saca pecho. Son tan distintos y a la vez idénticos. Osos. Reyes de Somiedo. Y cuando ya se han zampado a sus pobres rivales, a Alejandro Valverde, a 'Purito', a Aru y a los demás, se quedan a solas. Se miran, se honran y se lanzan a matar. A zarpazos. Sólo puede mandar uno en esta Vuelta. Se llama Contador, ganador con 15 segundos sobre Froome, y casi un minuto sobre Valverde y 'Purito.
Así son la naturaleza y el ciclismo. Los grandes campeones necesitan adversarios de su altura. A Anquetil le hizo más grande Poulidor. A Merckx, el coraje de Ocaña y Fuente. Froome engrandeció ayer a Contador. El africano blanco nunca miró atrás. Tensó el hilo hasta el límite. O se rompía por su lado o por el de Contador. Por fin, la Vuelta corría sobre una etapa con hechuras de Tour -con cuatro puertos de primera- y ahí, en ese hábitat salvaje, sólo sobreviven los osos.
Froome atacó sentado, tres, cuatro embestidas. Contador conocía ese dolor del Tour del 2013 y también del pasado Dauphiné. Es silencioso, brutal, pura intensidad. Lleva meses pensando en ese momento, preparándose en entrenamientos para la tortura. Si lo soportaba, la montaña sería suya. Lo hizo. Froome había desvelado sus límites. Contador tenía aún un baile más sobre los pedales. Se fue. «Sentí que era mi momento». Es su Vuelta: le saca más de minuto y medio a Valverde y Froome.
«No, no. No está ganada. Quedan cinco días y puedo sufrir un percance», frenó ante la Prensa. Pero hay que darse una vuelta por la parte de atrás del podio, a salvo de las cámaras, para verlo todo mejor. Contador se abrazó con su hermano, con sus auxiliares. Con fuerza, con esa alegría rabiosa. Liberado, convencido. Todos le felicitaban, le estrujaban. Y él cogía aire y resoplaba. Cerraba los ojos para agudizar las sensaciones. Al abrirlos, allí seguían Somiedo y su Vuelta. Al otro lado de la valla, Froome se cubría con una toalla. Piel de gallina. Se quitó el maillot y enseñó la cicatriz que le cruza el pecho. Marcas de oso. Empezaba a temblar cuando dijo: «Alberto es el más fuerte. No se puede con él». Nariz roja sobre su rostro pálido. Amable siempre y con su sello de campeón intacto: «Estoy contento, aún puedo luchar por la Vuelta». Indomable.
Está hecho en la misma horma que Contador. Si Froome no se ha rendido en sus peores días, que nadie espere que lo haga cuando vienen sus mejores etapas. Llevaba días haciendo el yoyó mientras Contador le miraba por el retrovisor. El domingo en los Lagos, Contador pidió colaboración para sentenciar a Froome. 'Purito' y Valverde desconfiaron. Entre todos le perdonaron. Y ayer Froome, fiel a la naturaleza del oso, no tuvo clemencia de nadie: a un chasquido suyo, el Sky pasó la navaja barbera por el pelotón en la penúltima subida, en San Lorenzo. Urán, con bronquitis, era historia, ya no estaba. Ya no le quedan colombianos a esta Vuelta en la que empezaron asombrando. «Bueno, sí. Hay una azafata», bromea uno de los periodistas colombianos presentes en la carrera. Tienen tiempo para las bromas: «Esperemos que la pobre chica no se confunda al dar los besos en el podio y la despidan».
En los desfiladeros
En San Lorenzo, en cambio, no hubo bromas. Al revés. Iba a haber reparto de tortas. La bronca comenzó en la fuga. Allí estaban Peio Bilbao, Luis León, Poels, Ten Dam, Rovny, De Marchi... y el menudo italiano Brambilla. Menudo es Brambilla. Llevaba toda la escapada maldiciendo al ruso Rovny, que es gregario de Contador y que no colaboraba por eso, porque su pelea es otra. Brambilla se encendió. Se le fue la cabeza y agarró del sillín al ruso. Menudo es Rovny, que le atizó al brazo que le frenaba. El italiano replicó y soltó una mano sin dejar de pedalear. Ahí estaban los dos, en un ring de asfalto. Segundos fuera. Un codazo voló la gafas de Rovny, que, en equilibrio, lanzaba puñetazos. Combate nulo. No ganó ninguno. Los dos fueron expulsados de la carrera. Con razón. Se confundieron de deporte. Lloraron luego.
Ese combate fue sólo el inicio de la velada en Asturias. El telonero. Pesos pluma. El público quería ver a los pesos pesados, a los osos. Puñetazos de verdad. A pedales. El Movistar (Valverde) había lanzado la etapa en la salida, cuesta arriba por la Colladona. Luego, el Katusha ('Purito') fijó el ritmo por los desfiladeros sobrecogedores que van de la cuenca minera asturiana a Somiedo. Entre paredes. Claustrofobia. Daba miedo. Huían los ciclistas en fila india. Por último, Froome pulsó el interruptor del Sky. Abrió el cielo. Ya se veía al fondo la montaña. «Rendirme no está en mi carácter. No sería yo».
Un día después de penar en los Lagos, se abría de par en par. A cuatro kilómetros, se sentó aún más fuerte sobre el sillín. Dirigió el ventilador de su ágil pedaleo contra sus rivales. Sólo Contador, de pie, asumió el castigo sin rechistar.
Pisaron a De Marchi, el mohicano de la fuga, y se quedaron solos en Somiedo. Duelo de osos, de Tour, de una etapa de verdad. Froome hizo lo que sabe. Sacó aún más los codos, se encogió todavía más, masticó sus dientes y soltó todos los zarpazos que sabe. Contador reconocía esa tortura.
La tenía aprendida de su derrota en el Tour 2013. Por caída de él y de Froome, no pudo demostrarlo en el pasado Tour. Ha tenido que esperar a Somiedo. Buen lugar. A los mejores los sacaron de allí en helicóptero. Todos detrás, salvo Alberto Contador, el líder, que se sentó junto al piloto. Al volante de su Vuelta.
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