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ALBERTO PIZARRO
Jueves, 26 de octubre 2017, 23:59
Cuando José Ortega y Gasset visitó a Ramón Gómez dela Serna en el torreón donde laboraba -lleno de cachivaches, propios de un tipo al que se podría haber diagnosticado de disposofobia, de acaparador compulsivo- exclamó: «Por primera vez entiendo el secreto del arte moderno». Las primeras greguerías fueron ilustradas por otros dibujantes; pero Ramón, no conforme con convertir en literatura todo cuanto tocaba e insatisfecho con esas interpretaciones plásticas, se decidió a ilustrar los artículos en que aparecían. Dibujos que eran una prolongación de su carácter creador y polifacético, y el complemento preciso para entenderlas. Dibujos de escritor, distintos de los dibujos de dibujante, comentarios gráficos, siluetas llenas de humorismo y amenidad, que dotaban de encanto a los artículos. Sin caracterizarse por el detalle o la belleza del trazo, ayudaban a su comprensión y al reforzamiento del 'ambiente' satírico y divertido. Piruetas conceptuales, metáforas insólitas, siempre en clave de risa. Autocrítica mordaz más allá del chiste.
En la Sala de Columnas de la Consejería de Educación, Formación y Empleo podemos embelesarnos con la exposición de 100 greguerías ilustradas. Dibujos originales hechos con la pluma del escritor, destilados del talento de Ramón, figura central de la vanguardia literaria y artística del primer tercio del siglo XX en Madrid e introductor en España de todos los ismos. Para quienes no recuerden lo aprendido en la escuela, greguería= humor + metáfora. Texto breve, semejante al aforismo, que expresa, de forma agudísima y original, un pensamiento filosófico, humorístico, lírico o de otra índole, surgido del choque casual entre la reflexión y la realidad.
Asociación visual de imágenes, dibujos con palabras, tales como 'El cometa es una estrella a la que se le ha deshecho el moño' o 'El más pequeño ferrocarril del mundo es la oruga'. O, ahora que en La Rioja empieza a escasear el agua, 'El arco iris es la cinta que se pone la naturaleza después de haberse lavado la cabeza', 'El agua se suelta el pelo en las cascadas', 'El vapor es el fantasma del agua', 'La leche es el agua vestida de novia'.
Ramón fue el Picasso de la literatura. «Su obra», como dijo Octavio Paz, «es una inmensa masa maleable que adopta todas las formas sin fijarse en ninguna». Su humor era plástico. Por eso no le fue suficiente la greguería, apoteosis de la paradoja. Para atrapar el tiempo a través del arte y superar la dificultad de ser contemporáneo de su presente tampoco le bastó la literatura, necesitó recurrir al dibujo.
De Ramón, cuya magnífica obra fue tan discutida, tengo una lección aprendida: Lo noble es, sin exaltar a los mediocres, hacer genios a los amigos que lo merecen, escogidos entre los pocos que me quedan después de tantos desengaños. Y quizá de él me viene que prefiera a la mujer que le gusta más una greguería como 'La lagartija es el broche de las tapias', a la que se pirra por llevar el animalito de oro y esmeraldas en la solapa.
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