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Pablo García Mancha
Lunes, 1 de mayo 2017, 12:55
Ricardo y su compañía fueron desmovilizados y regresaron el 12 de julio de 1942 a España, donde descubrió los horrores de los nazis: «No supimos nada allí. Los alemanes cogían los prisioneros rusos y se los llevaban; lo de los campos de exterminio ni lo ... podíamos imaginar». El día a día en el frente era durísimo. Sólo comer era una aventura: «El pan lo calentábamos en bidones con fuego y la mantequilla la cortábamos con sierra. Los alemanes nos decían que los españoles éramos muy valientes pero que algunos de nuestros oficiales estaban locos, como aquel Esparza, un coronel que dejaba las compañías trituradas porque sólo le interesaba acumular condecoraciones. Me acuerdo mucho del sonido de los 'Stukas', primero se lanzaban en picado, soltaban los proyectiles y después hacían crujir sus ametralladoras. A los muertos no los podíamos ni tocar; estaban los cuerpos congelados tirados por las trincheras y se cascaban». Y es curioso, dice que no sintió mucho miedo: «Éramos tan jóvenes que ni nos lo planteábamos, pero con Soto cambió todo. El pobre se quedó allí para siempre y yo tuve la inmensa suerte de volver a España».
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