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Marcelino Izquierdo
Martes, 31 de enero 2017, 12:06
Muy poco han mejorado las instalaciones del Museo de La Rioja desde su reapertura, pese a las críticas de expertos y artistas sobre la conservación de las obras, la escenografía, la iluminación o la catalogación de obras. No hay más que echar un vistazo para ... cerciorarse de que estamos en un museo del siglo XX en pleno siglo XXI.
Las muestras temporales, para empezar, se siguen montando en vitrinas desencajadas y con los cristales deteriorados, fruto de sus más de tres décadas de vida. La protección para piezas delicadas es nula.
En cuanto a la exposición permanente, comienza a notarse -como ya se denunció en estas mismas páginas- la ausencia de aparatos que midan la humedad o la temperatura de las vitrinas, así como la mezcla de materiales muy diversos en su interior. Por ejemplo, el pebetero romano de Calahorra (siglos I-II), situado junto a la Venus de Herramélluri, está afectado por cloruros. También se detecta exfoliación de piezas de metal de la época visigoda, cuyas partículas se aprecian en el suelo de la vitrina.
Muchas de las piezas siguen al aire, con el peligro de que alguien las derribe sin querer, por no hablar del montaje de las Tablas de San Millán, que continúan ancladas de manera endeble y expuestas a cualquier vibración.
Si se observan detenidamente los retablos de Torremuña (s. XV y XVI) o el de San Joaquín y Santa Ana de Galbárruli (s. XVI), se detectan signos de carcoma o cualquier otro xilófago.
Por si todo esto no fuera suficiente, en las últimas semanas la dirección del Museo ha ordenado colgar dos lienzos del siglo XVII, recién restaurados, en el rellano de la escalera del segundo piso. Además de lucir sin sus correspondientes cartelas informativas, ambas obras permanecen sin la perceptiva videovigilancia, por lo que su robo no sería excesivamente complicado.
No es preciso recordar cómo en el año 2001 un ladrón desgrapó tres lienzos, los enrolló, los ocultó bajo su gabardina y salió tranquilamente por la puerta principal. Se trataba de las obras 'El pontón de San Isidro', de Aureliano de Beruete; 'Riberas del Aldocer', de Agustín Lhardy; y 'El puente de la cárcel de Sevilla', de Andrés Cánovas.
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