Orbayu sobre Logroño
Jorge Alacid
Miércoles, 10 de febrero 2016, 19:26
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Jorge Alacid
Miércoles, 10 de febrero 2016, 19:26
No llovía: caía orbayu. Orbayu: voz norteño-galaica que sirve para describir el vascuence chirimiri o el castizo calabobos. El orbayu guiaba muy pertinentemente los pasos del Nobel cuando enfilaba un día de lluvioso abril la plaza del Ayuntamiento, se apartaba las gafas de la ... punta de la nariz y señalaba a su pareja el coqueto edificio que ubicaba entonces a la Escuela de Artes. «Ahí estuve ingresado», informó CJC a Marina Castaño, a quien la noticia pareció dejarle fría, ocupada como estaba en evitar que el orbayu le empapara su melena.
Los periodistas seguían como podían el avance de Cela, quien desmentía su elevada edad con zancadas como de paquidermo, lentas, pesadas. Pero efectivas. La presencia majestuosa del edificio que, en su condición de hospital, acogió sus huesos en la guerra incivil pareció conmover al autor de 'Mazurca para dos muertos', el libro que se abría precisamente con una memorable página dedicada a cincelar la magia que desprende el orbayu, constructor del vaporoso espíritu donde se encierra el alma gallega. Como la del propio escritor, que recién aterrizado una mañana de 1990 en Logroño fue informado por los reporteros de guardia en el Ayuntamiento de una buena nueva: la diócesis riojana acababa de fichar a un paisano suyo de pastor, el obispo Búa Otero. «Ah, sí. De Tuy», confirmó Cela. «Ojo con los de Tuy, que son bravos. Aunque no tan bravos como los de Padrón».
Risotadas. Luego hubo más. Haciendo honor a su fama de celebridad airada despachó ya en el Ayuntamiento a otro periodista que insistía en conocer de qué iba a hablar en su conferencia vespertina. «Si lo quiere saber», le conminó tronante, «quédese a escucharme». Daba la sensación de un Cela ausente, que se conformaba con paladear la inesperada vecindad del edificio donde penó sus cuitas de soldado con las tropas nacionales, cuya sombra tutelar rondaba sus palabras. Indiferente al jolgorio desatado por la Castaño cuando topó con una cerámica de origen jacobeo entre el mobiliario municipal, CJC se achicó en el sofá. Compartió confidencias con los periodistas y se asomó a la ventana como quien se asoma al pasado: así tropezó con ese otro Cela que nunca se fue de Logroño. El jovencito vestido de caqui cuya imagen tal vez jamás dejó de acompañarle durante su larga y proteica carrera. Esa foto en sepia que le estaba aguardando purpurado ya por la Academia sueca, en el otoño de su vida. Cuando uno sabe que donde de verdad llueve el orbayu es sobre el corazón.
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