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julián méndez
Martes, 4 de noviembre 2014, 16:48
Debajo de la pátina de yayo centenario y del paso quedo con el que recorre el callejón solitario de la plaza de toros, detrás del brazo que entrelaza con el del reportero para no tropezar, Francisco Cano Lorenza, 'Canito', sigue siendo un viejo zorro. Mucho ... ojo. Porque debajo de las bolsas que adornan sus cuencas como dos alforjas, de las manos cuajadas de manchas como la cara de la luna, y de ese no saber qué son las siete insignias que llenan la solapa de su chaqueta, conserva más potentes que nunca dos de sus armas: la vista de un lince y la boca de un demonio. 'Canito' sigue haciendo fotos y remata su vida con un tricherazo torerísimo y añejo, delicioso, seco y desesperado como los de Manolete: una exposición en Las Ventas que se puede ver estos días y un libro de Rom Editors, los dos titulados 'Los mitos de Cano'.
Este hombre es todo anécdotas. Las tiene para llenar la biblioteca de Alejandría y las va soltando en la conversación una detrás de otra, como si fusilara con sus historias mil veces contadas. La de Ava Gardner llamándole 'Coño' a gritos en vez de Cano, la de Luis Miguel Dominguín raptando a la hija de un duque y Franco cerrando las fronteras, la de Manolete en su lecho de muerte y Álvaro Domecq prohibiendo la entrada a la actriz Lupe Sino... Las cuenta y se tapa en el burladero ante un toro inminente.
- Vamos al lío, Cano. ¿Qué te queda?
- Me dice el cabrón de mi médico que solo tengo 100 años y anemia porque he estado en todas las plazas...
- ¿Pero cómo te gustaría acabar?
- Apunta: 'Canito' dice que como hasta ahora. Que ha tenido una vida bonita, ha conocido a Gary Cooper...
- ¿Quieres morir en la plaza?
- (Se calla un segundo). Pues sí, me gustaría morir en la plaza. Quisiera estar allí. No sé si pasará, pero el día en que no me vean en la plaza de toros trabajando, podrán decir: 'Se fue Cano'.
Lo increíble desde el punto de vista científico es que no haya ocurrido ya. Lo normal es irse antes y no seguir haciendo ferias y 200 fotos por corrida, apostado ahora en la barrera y ya no en el callejón desde el que se le quebró el fémur en la Feria de Bilbao.
Está como un reloj. No toma pastillas, come lo que le da la gana (procesa toneladas de alioli), bebe lo que le dejan (pide Las Campanas, el vino que bebía con Hemingway) y tiene carné de conducir hasta 2015. Hasta hace unos pocos años conducía su propio coche de un sitio a otro, como un rayo, por cierto.
Nació en Alicante en 1912. Su padre, un torero que tuvo un negocio de toldos de playa, trajo 12 hijos «de metro diez». 'Canito' no sabe lo que mide. La camarera de El Raïm, su guarida en Valencia, tiene un metro. El reportero lo mide y escribe a boli en la pared: Paco Cano, 16/05/2013, 158 centímetros. Con zapatos. Todo lo demás es un tobogán biográfico que podría durar hasta los pasatiempos de este periódico.
En la playa había combates de boxeo, así que se preparó dos años. Después se hizo torero y, ya con la guerra, en su casa se apareció un camión lleno de soldados con fusiles buscando a un matador para un festejo. «Los comunistas me pusieron a torear en Alicante y un toro me arrancó la 'documentación'. Vi dos bolas colgando con dos cuerdas... No veas. El médico me echaba alcohol y aquello quemaba. 'Ya, cabrón (sic), que te vas a quedar nuevo', me decía. Yo pensaba que no iba a funcionar más».
- ¿Y bien?
- Tuve ocho o diez hijos.
- Sabrás los hijos que tienes.
- Sí, va, tengo seis oficiales de dos mujeres y otros dos de extraperlo en México.
- ¿Qué edad tiene el mayor?
- Vicente, 78. Lo acaban de operar.
El soldado-torero
La narración exige volver a lo profesional, pues lo amatorio llegará más tarde en un capítulo aparte. En plena contienda, Cano decidió que no le gustaba ser soldado-torero, así que se escondió en casa de un amigo químico de Madrid. «Pensaba que iba a ser cosa de dos meses». Pasó tres años acurrucado en una buhardilla, hasta que entró Franco en la capital. Aquel exilio interior le sirvió para aprender fotografía, así que cuando terminó la guerra se hizo fotógrafo-torero. «Lidiaba un toro y durante los demás, pues hacía fotos». Sabía el sitio y el momento de la imagen porque tenía la tauromaquia en la cabeza. «Los compañeros me hicieron muchas putadas porque me tenían envidia y me denunciaron porque decían que yo era rojo».
Y finalmente cambió la muleta por la cámara. En estos 73 años ha hecho más de cien corridas al año a cinco carretes cada una. Hasta hoy. En su casa hay dos millones de fotos. Parte salió en el libro 'Los mitos de Cano', parte saldrá en la próxima entrega, 'Los matadores de Cano', y otra parte vaya usted a saber.
- ¿Cómo ha cambiado la fotografía?
- Ahora hasta un tonto hace una foto. No, espera, si es tonto, mejor para hacer fotos. Le tiran a un muletazo una ráfaga de diez imágenes. Antes tenías que darle en el momento justo.
- Dicen que es fácil hacer una foto, que lo difícil es hacer 'la foto'.
- Eso es verdad, hijo.
La foto con mayúsculas la hizo por una deuda. Luis Miguel Dominguín le debía pasta y Cano se puso como un puma. Llamó «ratero» al matador, que lo citó en casa. «Ven a Linares, que te pago allí». Y allá se fueron. Toreaba Manolete -Cano le trataba de usted y le llamaba Manolo- e 'Islero' le partió la vida entrando a matar. «Lo recuerdo en el sanatorio, moviendo la cabeza de un lado a otro, muriendo». Eran amigos. «Me había firmado una foto: 'Para Canito, que es un enanito'. Lo recuerdo todos los días de mi vida». La suya era la única cámara en la plaza y los periódicos de entonces le dieron un millón y medio de pesetas del 47 por las fotos. «Todavía Luis Miguel quiso quedarse con el reportaje. Sí, ¡ya!». Había retratado, como tantas veces, la historia misma de España.
De plaza en plaza y de hotel en hotel, atrincherado en el bar del Palace y en las fincas, Cano sintió de cerca el aliento de esa España de los cuarenta, cincuenta y sesenta que sabía a lujo, a locura y a cócteles de Chicote. Anduvo 'empotrado' en las fiestas de los Dominguín y vivió la exaltación de la vida con Hemingway, con Gary Cooper, con el diestro mexicano Carlos Arruza -que le decía que una vez fotografió a un muerto y le salió movido-, con Orson Welles, que «era más listo que la mar», y Lola Flores, a la que osó decir que necesitaba darse una puntada en la piel por la papada y ella respondió que no, que tenía ya el coño en la garganta de tanto estirarse.
Ava, amor platónico
Cano fue uno de los que buscó Luis Miguel cuando salió corriendo de la cama de Ava Gardner para contarlo. «Ella elegía». Una noche en que la diosa escogió a Carlos Arruza, 'Canito' lo llevó al chalé. «No hay ni llaves ni timbre, así que tienes que saltar la tapia». «¿Pero hay perros?», preguntó Arruza. Su relato está sembrado de genialidades, como cuando en una cacería Franco le preguntó a Luis Miguel quién era el comunista en su casa y el torero respondió: «Somos todos comunistas». «El comunista era Domingo y lo discutíamos en la cervecería alemana de Santa Ana con un plato de gambas. 'El comunismo es esto: una gamba pa ti, una pa mí...'».
Hace un tiempo, la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá , le dijo «Cano, qué guapo estás» y éste le resumió su vida así: «Sí, estaré guapo, pero se me van vivas. Antes tuve hasta siete novias en Madrid». Su mujer, doña Maruja, que asiste a la conversación, se coge las manos y arquea las cejas. «Me estás escuchando, eh vieja», le espeta él, socarrón. Con Maruja, que lo acompaña y lo vigila desde dos ojos azules como dos cielos, y con un cura tuvo sus más y sus menos cuando 'Canito' dijo que «Ava Gardner y la Virgen eran las dos mujeres más bonitas del mundo». «Me excomulgaron». Exagerado. Ha tenido dos esposas y con la segunda, compañera de décadas, se casó hace quince años por orden de su compadre Salvador Pascual. «Cano, tú te casas», le ordenó. Y allí fue al altar, a sus 85 años.
Ava Gardner, 'El animal más bello del mundo', siempre estuvo en su cabeza, desde que la conoció, y en lugar de Cano le llamaba 'Coño'. Él le explicó la palabra muy gráficamente con la mano y desde entonces no deja de mentarla como a un mantra erótico, como un sueño vivo.
- ¿Nunca 'toreaste' con ella?
- Nunca nos acostamos, y eso que la tuve en mis brazos y yo estuve en los suyos y que nos dábamos besos. Siempre hubo un respeto muy bonito entre nosotros. Hombre, si se hubiera empeñado...
A 'Canito' se le ve desde antes del paseíllo, cuando sale al ruedo a retratar a los toreros. Se le ha distinguido desde hace 60 años por una misma gorra blanca, a veces con insignias, a veces sin ellas, rematada por estribor con su firma, Cano, y por babor con la palabra Alicante. La primera se la trajo desde Alemania su hijo Vicente, pero no hay sombrero que aguante semejante tute, así que las tiene que encargar. Las demás se las hacen a imagen y semejanza en una sombrerería de Zaragoza. Las encarga por lotes. El último, de 25. «Me cuestan un dineral, pero en caliente, si me la piden, las regalo a los amigos». Y las firma. Para los aficionados, son un tesoro.
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