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Viernes, 12 de mayo 2017, 00:58
Para Javier Cañas la procesión de La Rueda es algo indescriptible, mezcla de muchas cosas: recuerdos, sentimientos... Un «algo» difícil de explicar con palabras que cada 11 de mayo le llama a estar ahí, como viene haciendo desde chaval, entonces de las manos de un ... padre con el que, tal día como el de ayer, sigue teniendo una cita: nada más que termina la procesión lleva a su tumba un ramillete del monumento, una forma de hacerle presente en el acto. «Cuando sale La Rueda y la gente empieza a corearla, me viene su recuerdo y se me pone el corazón a cien por hora. Me emociono», confiesa Javier, que tiene en sus dos hijas, siempre en medio de las nadas, la continuidad en la saga familiar de esta tradición, a la que nunca falta, como tampoco a la procesión del Santo.
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