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Albert Camus y el destino de Sísifo
TRIBUNA

Albert Camus y el destino de Sísifo

Con motivo de cumplirse el cincuenta aniversario de la muerte de Albert Camus, el autor analiza cómo el escritor galo es referente de pensamiento medio siglo después

JUAN MANUEL MEDRANO CRISTIANOS SOCIALISTAS DE LA RIOJA

Lunes, 4 de enero 2010, 01:34

Hace justo 50 años, el 4 de enero de 1960, fallecía en un accidente de tráfico, en plena madurez vital y creativa, el escritor Albert Camus. Una muerte inesperada, absurda, precisamente para quien tanto había escrito y reflexionado sobre el absurdo de la existencia humana, a la que había comparado con el destino de Sísifo, condenado por los dioses a subir eternamente una roca a la cima de una montaña para, después, verla rodar hacia el llano y tener que recomenzar el eterno e inútil trabajo.

Murió Albert Camus -que había recibido el premio Nobel de Literatura en 1957- sin conocer el destino final de su tierra argelina. Había sido un hombre del Sur, un ser Mediterráneo, con sangre española, que llevaría siempre el sol implacable de su infancia a sus escritos luminosos y esclarecedores; el mismo sol que ciega al abúlico Mersault en una playa, bajo el sofocante verano argelino, y le lleva a cometer un crimen absurdo, como cuenta El Extranjero, una de sus novelas más famosas.

Escritor de obras inmortales de teatro: Calígula, Los Justos.; relatos y novelas, como La Peste o El extranjero y de una obra ensayística de enorme interés: El Hombre Rebelde (repaso a dos siglos de nihilismo europeo) o la mencionada El Mito de Sísifo, además de un sinnúmero de artículos y colaboraciones periodísticas, fue singularmente una humanista sin adjetivos, comprometido con la defensa del hombre y de la justicia en el mundo. Ello le llevó simpatizar con la II República, con los hombres de la izquierda española en el exilio, especialmente con los anarcosindicalistas; a denunciar sin titubeos los totalitarismos de su tiempo, el nazismo desde luego, pero también el estalinismo y el experimento soviético, en nombre de la libertad y la dignidad humanas. Ello lo estigmatizó con la incomprensión y la crítica feroz de buena parte de la francesa y europea, que durante muchos años cerró los ojos a los y a los crímenes cometidos en nombre del progreso o de la igualdad.

Próximo a la sensibilidad de un Cristo y de un Nietzsche a partes iguales, no desmayó en la defensa del ser humano y fue crítico con la fascinación que tanto la izquierda como la derecha sentían por el imparable progreso técnico. Su sensibilidad hacia la causa del hombre lo posiciona -a nuestro juicio- cerca de un cristianismo terreno, ético, individualista y a-institucional. Mientras todos los intelectuales que le criticaron ferozmente han perdido el favor de quienes luchan en tantos ámbitos por la justicia humana, Camus no ha dejado de crecer como referente ético de las nuevas generaciones de jóvenes comprometidos; sus predicciones han resultado ciertas, y -a pesar del absurdo que como tantos existencialistas de aquella generación situó en el epicentro de la vida humana- su carácter rebelde, incluso contra tal condición filosófica, lo empuja a encontrar sentido en hacer el bien al prójimo, no en anunciarle plagas y castigos, como el Dr. Rieux en La Peste («Todavía hay en el hombre más cosas dignas de admiración que de desprecio») y a afirmar cosas tan hermosas como ésta:

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