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DAVID SUCUNZA SÁENZ INVESTIGADOR CIENTÍFICO
Domingo, 29 de noviembre 2009, 02:24
Copenhague se convertirá en el principal foco de atención mundial durante los próximos días. Los principales mandatarios del planeta se reunirán del día 7 al 18 de diciembre en la capital danesa para hablar sobre cambio climático. Es hora de renovar el protocolo de Kyoto con otro acuerdo que deberá entrar en vigor a partir del 2012. También es hora de ver el compromiso real que tienen las distintas naciones en afrontar y luchar contra la crisis medioambiental que se nos viene encima.
Para que se hagan una idea del tipo de crisis a la que nos enfrentamos mencionaré tres noticias que han sido publicadas en distintos medios de comunicación durante el último mes.
Primera noticia: «El Ártico amenaza con fundirse por primera vez en quince millones de años». Investigaciones en los sedimentos del fondo oceánico de esta región han demostrado que la parte central del Ártico ha estado permanentemente helada durante todo ese periodo. Sin embargo, la reducción de cobertura helada que se está produciendo en los últimos años hace suponer que nos quedan unos veinte veranos para ver su deshielo completo. No pregunten donde estaba el ser humano la última vez que ocurrió este suceso. Simplemente, no estábamos.
Segunda noticia: «Las perspectivas de supervivencia de los corales se antojan tan escasas que los científicos ya han empezado a congelar muestras para salvar a estos organismos de su total desaparición». Los científicos aseguran que la desaparición de los corales durante los próximos cien años es inevitable aún alcanzándose las mejores previsiones de reducción de emisiones de gases invernadero. Así que, al parecer, hablamos de un ecosistema entero sentenciado a muerte. Recordemos que los corales son uno de los ecosistemas que albergan mayor biodiversidad y que son refugio de multitud de peces jóvenes que no se adentran en aguas abiertas hasta alcanzar un tamaño que les haga menos vulnerables. Por si fuera poco, se estima que sirven de fuente de ingreso, alimento y protección a quinientos millones de personas a lo largo de todo el planeta.
Y tercera noticia: «La concentración de gases contaminantes en la atmósfera alcanza su nivel más alto». Según Michel Jarraud, máximo responsable de la Organización Meteorológica Mundial, dependiente de la ONU, esta tendencia conduce a los escenarios más pesimistas acerca del aumento de las temperaturas en el planeta, entre un 2,4 y un 6'4º C para final de siglo.
Esta es la situación: tenemos serias posibilidades de entrar en un extraño y tórrido futuro que pone en peligro la biodiversidad de vastas áreas del planeta y la forma de vida de cientos de millones de personas, pero hasta ahora hemos hecho más bien poco por evitarlo. De ahí las esperanzas puestas en la próxima cumbre de Copenhague; es hora de pasar a la acción y conseguir un acuerdo para reducir de manera drástica nuestras emisiones de gases invernadero, con el CO2 a la cabeza. El objetivo es mantener el aumento de temperaturas por debajo de los 2º C, que es el límite considerado como aceptable para evitar una situación climática catastrófica, circunstancia que según el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) se producirá si en el 2050 no hemos reducido las emisiones de CO2 en más del 50% respecto a su valor en 1990.
Naturalmente, está reducción tendrá importantes consecuencias. Hablar de que en el 2020 se alcance una reducción en las emisiones de CO2 del 20% respecto a su valor en 1990, como plantea la Unión Europea de cara a la cumbre de Copenhague, es hablar de un significativo cambio en nuestro modelo productivo y energético. Habrá que reducir progresivamente nuestra absoluta dependencia actual de combustibles fósiles y potenciar la eficiencia energética en todas nuestras actividades.
Éste no va a ser un cambio fácil. Por ejemplo, si nos centramos en España, vemos que en la actualidad supera en más de un 50% las emisiones que producía en 1990. Y eso a pesar de que nuestro país firmó el protocolo de Kyoto y de que, según estudios encargados por la Comisión Europea, es una de las zonas europeas que se verá más afectada por el aumento de temperaturas.
Según un reciente informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), España no va mal en lo que se refiere a energías renovables pero ha puesto muy poco empeño en el ahorro energético, que no debería entenderse como una lacra que frena el desarrollo económico sino como una oportunidad para optimizar los procesos y hacerlos más competitivos. De las múltiples iniciativas que la AIE destaca en este campo -aislamiento térmico en edificios, recambio de los electrodomésticos más derrochadores, generalización de las bombillas de bajo consumo, incorporación de gestores energéticos en las empresas, fomento de formas de transporte eficientes, etc.- nuestro país ha desarrollado muy pocas de ellas. Esta carencia le convierte además en un país muy dependiente ya que sólo es capaz de generar el 20% de la energía que consume.
De la cumbre de Copenhague debe salir un acuerdo ambicioso y vinculante que ponga las bases de un necesario cambio de modelo energético. La era de los combustibles fósiles tiene que iniciar su declive. Mejor afrontar nuestra dependencia ahora que tenemos margen de maniobra, que en dos o tres décadas, cuando el petróleo sea tan caro como escaso y estemos a merced de las impredecibles consecuencias de un cambio climático excesivamente acusado.
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