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El diestro Diego Urdiales da un derechazo al sexto de la tarde./EFE
Amargo final de curso
CRÍTICA DE TOROS

Amargo final de curso

PABLO G. MANCHA

Viernes, 16 de octubre 2009, 02:42

E l sexto de la tarde se llamaba ; era un tío, retinto, un punto acaramelado de cuerna y tenía una mirada incierta e insospechada que desparramaba entre tanda y tanda como si quisiera hacerse el al salir de cada muletazo. Diego Urdiales, que es probable que no se hubiera visto en su vida con un toro así, no las tenía todas consigo cuando tomó la muleta para medirse con tan inopinado ejemplar. El torero riojano sabía que por el pitón izquierdo no guardaba ni media arrancada y armó la faena en redondo tratando de aprovechar el viaje en series de muletazos por la derecha.

Lo probó en el tercio y se lo sacó a los medios para atacarle en la media distancia y con el engaño suelto para no obligar a un astado que en cuanto se viera podido tendería, como casi todos sus hermanos, a abandonar la pelea y a rajarse con descaro. Logró Urdiales trenzar tres tandas enjundiosas aprovechando las embestidas y ligando los lances con los pies muy quietos. Sin embargo, al sacar la muleta para torear al natural, el toro comenzó a probar y se rajó definitivamente impidiendo que la faena alcanzara el anhelado vuelo.

Cundió entonces en Urdiales un claro sabor de desesperanza y tras un feo bajonazo dio por terminada una gran temporada con el sabor agridulce de una corrida que nació gafada para él casi desde el principio, cuando se vio obligado a parar a tres toros para quedarse con el último de los sobreros reseñados en el festejo, un animal manso e imposible con el que no pudo consignar ni un solo muletazo, que se dice pronto.

El festejo para Urdiales fue sencillamente desesperante: se había anunciado en Zaragoza con la corrida de Alcurrucén, toda ella desechada por los veterinarios, y mató a la postre un segundo sobrero incalificable de Antonio Palla y un manso de Bañuelo con medio pitón semipotable. Así es el toreo.

Lo mejor de la función vino de la mano del segundo toro del festejo, un animal bajo pero armado hasta la saciedad de Antonio Bañuelos que fue sencillamente excepcional para la muleta; quizás mejor para el ganadero que para su matador, Antonio Ferrera, que aunque le cortó una oreja, vivió con él momentos de riesgo porque no fue capaz de sobreponerse a un torrente de embestidas que casi quitaban la respiración. Ferrera anduvo con él tan voluntarioso como listo y al igual que en el cuarto, dibujó una faena más retórica que profunda. Pero le funcionó la espada, se entregó en dos espectaculares tercios de banderillas y pasó por Zaragoza como un torero más que solvente. José Luis Moreno tuvo un primer toro corajinudo y de secas embestidas al que sometió por abajo en series emocionantes aguantando peligrosos gañafones al final de cada muletazo. Con el cuarto, otro manso integral, se fajó por la izquierda acorralando al astado en tablas.

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