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JUSTO GARCÍA TURZA
Domingo, 26 de julio 2009, 02:04
E l que escribió en una pared «prohibido prohibir» o era un ingenuo o era un quijote. En todo caso, denunció acertadamente la ansiedad traumática por prohibir que tienen todos los que mandan. Todos sin excepción.
Días atrás asomó a la ventana de la actualidad informativa un tal señor Blatter que, para los que no lo sepan, es nada más y nada menos que el presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado. O, lo que viene a ser lo mismo, el directivo futbolero más importante del mundo. Y con lo que pinta el fútbol en nuestra sociedad, ¡menudo cargo tiene el gachó! Cómo me gustaría a mí estar en su lugar. Fútbol gratis, por el morro, a todas horas, y encima como trabajo profesional, lo que quiere decir que cobra una pasta gansa muy por encima del común de los mortales. Siempre en las mejores localidades, palco de honor, que es donde mejor se ve y no te estorban las voces de la turbamulta ni te pringan de la grasa de sus bocadillos. Siempre acompañados de los 'vips' de cada país o de lo más selecto de cada ciudad, reyes, presidentes de gobierno, ministros, alcaldes, presidentes de los grandes clubs.
Bueno, pues va este señor y dice la gilipollez más grande que he oído en todo lo que va de verano, y no extiendo más atrás la capacidad de mi memoria porque hace mucho calor y no está uno para grandes esfuerzos. Va míster Blatter y dice que «no existe espacio para la religión en el fútbol». En consecuencia, y llevado de su afán paranoico por demostrar que manda, ha prometido que prohibirá toda manifestación religiosa para el mundial de fútbol a celebrar en Sudáfrica en el 2010.
Estamos apañados. Yo que pensaba decir una misa de Acción de Gracias porque este año sí, este año la selección española va a ganar la Copa del Mundo. Pues de misa, nada. No la diré porque el señor Blatter me lo prohíbe. Haré como los simpáticos hooligans de medio mundo, que manifiestan su alegría quemando un par de docenas de contenedores, arrancando de cuajo cincuenta arbolitos del parque, destrozando un centenar de bancos para que los abuelos estiren las piernas y se sienten en el suelo, cosa muy saludable, y, si se pone a tiro la cosa, quemando algún autobús a ser posible sin conductor dentro. Todas estas salvajadas, vandalismo lo llamábamos antes, es mirado con cierto buenismo por muchos que mandan. Entra dentro de lo que se considera políticamente correcto. Decir u oír una misa, no.
Todo este lío lo ha montado el amo de la FIFA porque a los jugadores de la 'canarinha', la selección de Brasil, se les ocurrió la idea alevosa, atrevida, inhumana, peligrosa, de celebrar la consecución de la Copa de Confederaciones con una oración, o sea, rezando. Copa de Confederaciones que, por cierto, dio un pastón de euros a la federación que preside Blatter. Me apresuro a informar de que el rezo tuvo los visos de un acto terrorista de los que maquina Al-Qaeda. ¿Les cuento cómo fue? ¡Tremendo! Hicieron un corro, abrieron y juntaron sus manos, y elevaron una plegaria bisbiseante durante breves momentos. Luego se abrazaron y, en medio de una alegría desbordante, dieron la vuelta al campo ante el delirio de sus seguidores. ¡Eso no se puede consentir! Ya es sabido que una actitud así, de plegaria, de oración, de bisbiseo, es un atentado a la dignidad del ser humano, es una llamada al desorden, al tumulto, al cabreo de las masas, es como un acto terrorista. No importa que un jugador blanco llame negro a un negro, o que llame mestizo a un mestizo; no importa que un jugador haga un corte de mangas a todo un graderío, con tal de no lo haga al señor Blatter, cómodamente tumbado en su sillón del palco. Tampoco importa un rábano que un jugador le meta un viaje a otro por detrás y lo deje en una silla de ruedas para los restos. Esto es algo que entra dentro del juego. Como no pasa nada porque un jugador blasfeme a grito pelado cuando el árbitro no pita como penalti un piscinazo más claro que el agua clara, como tampoco importa que se despoje de la camiseta y se quede en calzoncillos delante de cien mil espectadores y doscientos millones de televidentes. Todo eso no importa. Total, el pudor es una bobada tan grande como la religión. Puede uno pegar patadas, insultar. Aquí lo que no se puede tolerar es que nadie rece. Ni cristianos ni musulmanes. ¡Nadie!
¿Qué castigo tiene en mente el señor Blatter para nuestros modestos futbolistas de club que, cuando saltan al campo, lo primero que hacen es tocar la hierba con la mano y luego se santiguan como cuarenta veces seguidas? ¿Les sacará tarjeta amarilla? ¿Roja directa? ¿Y qué pasará si en un estadio, para honrar a algún muerto, a alguien se le ocurre la atroz idea de rezar un Padrenuestro en el tiempo del minuto de silencio? ¿Clausurarán el campo los quince próximos partidos? ¿Les pondrán una multa que les saldrá por un ojo de la cara?
Recuerdo que en una ocasión, en el viejo y añorado Las Gaunas, un descerebrado apagó su puro en la cabeza del árbitro cuando éste se metía a toda pastilla en el túnel de vestuarios. ¿Qué castigará más mister Blatter, esto del puro o rezar una plegaria? La curiosidad me corroe.
En definitiva, una vez más, Dios nos estorba. Eso es lo tremendo.
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