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F. JAVIER BLÁZQUEZ-RUIZ
Domingo, 31 de mayo 2009, 03:27
T ras una década prodigiosa en términos económicos y coincidiendo con una grave crisis internacional, tanto el presente como el futuro próximo se perciben impregnados de colores oscuros, así como de una densa bruma. Es tiempo difícil, de crisis, de cambios. Y sin duda son muy diversos los factores que concurren en esta grave situación. Pero entre ellos cabe destacar el peso que han protagonizado el sector de la construcción y el desarrollo urbanístico desmesurado.
Es bien conocido que en España se han construido en algunos años, tantas viviendas como en Alemania, Francia e Inglaterra juntas. La recalificación de terrenos ha sido una constante, a veces incontrolada. La especulación no dejaba de crecer obesamente. Ahora toca pagar los abusos y excesos, en términos económicos. Pero además es posible que tengamos que pagar también una mala herencia, que se ha ido acumulando entre tanto. El caso reciente, entre otros, del pueblo aragonés La Muela, puede servir de referencia.
Al parecer los ladrillos suscitan pasiones de muy diversa índole. El afán por conseguir grandes sumas de dinero ha generado una dinámica que no siempre trascendía públicamente, pero que ha viciado y lastrado a veces, las relaciones entre la Administración pública, especialmente Ayuntamientos, y determinadas empresas privadas, promotoras inmobiliarias o constructoras.
De hecho el dinero fácil, su rápida adquisición, su posterior malversación, han ido de la mano de unos principios que eran conculcados y pervertidos. Hablamos en esos casos de plus valías desorbitadas, de avaricia y de codicia, así como de corrupción, a modo de telón de fondo. Pero esas imposturas se veían acompañadas también de silencio y de complicidad a veces, por parte de algunos beneficiarios.
No es de extrañar que desde diversas instituciones de la Unión Europea, como el Parlamento Europeo, hayan instado a las autoridades políticas de nuestro país, a frenar los desmanes y abusos urbanísticos que afectan igualmente a la sostenibilidad mediambiental, recursos hídricos, etc.
No obstante, quizás lo más difícil de afrontar y de superar después, sea la secuela de malas prácticas y hábitos mentales que el 'silencio de los ladrillos' ha podido generar a lo largo del tiempo. Es posible que se trate, de nuevo, de una actualización de la cultura del pícaro, esa picaresca popular, presente en nuestra literatura, desde el Lazarillo de Tormes.
Ante lo cual podríamos pensar inicialmente que desde entonces ha transcurrido mucho tiempo. Y efectivamente así ha sido. Pero aunque el tiempo haya pasado, conviene precisar que no todo se va con él, ni se borra o desaparece. Con frecuencia quedan posos, sedimentos y huellas de esa mentalidad pícara, que se manifiesta en la laxitud o relajación en la aplicación de normas y comportamientos.
Por todo ello, si aspiramos a salir de momentos críticos como el presente, si queremos contribuir a edificar y construir un futuro viable de bienestar, si aspiramos a converger en Europa en todos los ámbitos, quizás tengamos que transitar por otros caminos menos sinuosos. Aprendiendo a sortear las dificultades con otros recursos. Apoyándonos en nuestras aptitudes y potenciando al máximo las cualidades y valores positivos, que sin duda albergamos.
Hablamos de principios fundamentales como responsabilidad, rigor, transparencia, honestidad. Así podremos seguir creciendo y desarrollándonos tanto individual como colectivamente, ya sea en términos políticos como económicos, sin atajos ni ardices. Por la vía más recta.
Conviene ser consciente que tal y como acreditan los datos económicos, es tiempo de cambio de modelo económico, de profundas transformaciones económicas y sociales. Y de ahí la necesidad de promover y extender la cultura y dinámica de la innovación a los más diversos sectores de la economía real, así como de vincularla estrechamente con los procesos de productividad, para ser más competitivos.
Pero quizá convenga también innovar y cambiar en otros aspectos, no sólo técnicos sino también culturales. Es decir en el ámbito de los principios y valores, de las conductas, de los medios, de los fines. Porque debemos seguir pensando y confiando que el futuro, así como el curso de la vida, depende en gran medida de las iniciativas y las decisiones que adoptemos. Nadie nos lo va a ofrecer ni a dar por hecho.
Por ello, asumamos con pulso firme los retos, aprendamos del pasado sin olvidarlo, pero sobre todo dispongámonos a corregirlo y superarlo. Porque, como advertía Kierkegaard: la vida únicamente puede ser comprendida mirando para atrás. Pero sólo puede ser proyectada y vivida positivamente mirando hacia adelante.
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