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JORGE ALACID
Domingo, 18 de enero 2009, 12:18
No ofrece muchos más detalles, pero este bloguero dignifica de verdad Internet: donde usted suele encontrar los conocidos viajes alrededor del ombligo de quienes los firman o las asquerosas diatribas que ya retrató Goya (cómo recuerda la red a la imagen de esos dos españoles a garrotazos), tropezará aquí sin embargo con un puñado de entradas presididas por el buen gusto, la cortesía y una educada manera de entender el mundo, acaso en retirada.
Pepe, de quien poco más conocemos, va tejiendo su propia red con pequeñas pistas que permiten reconstruir su vida como quien levanta un puzzle que se parece bastante a tantas y tantas biografías comunes: la de esos logroñeses de mediana edad que han visto crecer su ciudad y regresan ahora sobre sus pasos para rescatar la memoria de lo que se perdió y pocos parecen tener interés en recuperar. Hay peripecias semejantes distribuidas por Internet, así que si ésta me ha tocado el corazón debe ser por algo, sospecho mientras navego por un mar de fotos que Pepe ha ido recopilando desde sus abuelos a esta parte. Ya sabemos por lo tanto algo más de él: que es un manitas, que ama la fotografía y que este amor fructifica en la tarea de salvamento del legado de sus antepasados. De uno de ellos heredó una colección de cristales fotográficos, así que con buen juicio ha hecho dos cosas: ponerlos a disposición de quien comparta un cariño semejante por las viejas fotos y titular su blog como .
Y, en efecto, la memoria cristaliza en cada post y se precipita sobre nuestro espíritu, pero lo hace sin nostalgia. Tal vez vivir fuera de Logroño le conceda esta lejana asepsia, esta precisión de cirujano con que desmenuza su propio itinerario juvenil: las vistas de Vara de Rey desde el hogar familiar ya desaparecido (una preciosa casa de dos plantas junto al Banco de España, levantada cuando ni siquiera había Banco de España), los desfiles de carrozas por San Mateo, la vieja iglesia de Carmelitas (ya derruida), las excursiones a Puente Madre y, la joya de la corona, esa majestuosa vista de La Redonda desde Marqués de Vallejo, por donde se asoma estupefacta la gente de Fortunato Redón, señorial negocio que entonces sentaba allí sus reales y donde este caballero posa con un crío para la ocasión con la misma mirada temerosa de quienes de verdad creen que el fotógrafo les está robando el alma.
No sabían aquellos logroñeses hasta qué punto llevaban razón. Un trozo de su espíritu sobrevuela esta foto igual que el espíritu de otros se cuela en el resto de la colección que Pepe ha ido bajando para regresar al tiempo en que las barcas menudeaban por el Ebro (y el Ebro ¡tenía playa!), la época en que el cine Olympia aún resistía en la Gran Vía y el hogar, la casa paterna, era el único y gran juego posible. Pepe ha reconstruido en su blog una visión cenital de la hermosa casa paterna a partir de unos planos hallados en el desván y los ofrece a nuestra mirada tal vez para que sepamos que siendo suyos, valen para ver trazada la huella de nuestro propio pasado. Las viejas cocinas económicas, las habitaciones intercomunicadas, los largos pasillos donde edificamos nuestra infancia también le pertenecen a Pepe. Entres los pliegues de la memoria se ocultan los avatares de la antigua casona familiar en Juan Lobo (cuyos planos también aporta, con la firma al pie del maltratado arquitecto Fermín Álamo), el recuerdo del anciano profesor recién fallecido, las piruetas del tren a su paso por Logroño; ahora todo ese legado sale a la luz, expuesto al escrutinio popular que rige el antiguo código: todo es del color del cristal con que se mira.
(P.D. En su blog, Pepe invita a citar al autor de las fotos como Santos Martínez García, antiguo concejal y médico logroñés, a quien alguien tal vez recuerde. Petición cumplida).
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