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JAVIER CAMPOS
Domingo, 12 de octubre 2008, 14:14
Justo cuando la ciudad se echa a dormir entre sábanas limpias al calor del hogar, ellos entornan los párpados, cubiertos por una raída manta, sobre el frío suelo de un cajero. Son los ex hombres del siglo XXI, desheredados que un día optaron por dejar su casa y separarse de los suyos pensando en comerse el mundo para que, ahora, no sólo la vieja Europa no pueda darles lo prometido sino que el mundo se les coma a ellos.
Al amparo de la vendimia y a la espera de que cualquiera les tenga en cuenta para ponerse manos a la obra, numerosos temporeros, en su mayoría inmigrantes, deambulan desde hace días por las calles de la ciudad aguardando impacientes el gesto o mirada que les permita comenzar a ganarse el jornal. Llegados de distintos lugares del país, con papeles o sin ellos, se han visto obligados a dormir a la intemperie ante el retraso en el comienzo de la campaña. Los menos, repiten. Son muchos más los nuevos que, recién bajados del andamio, acuden por vez primera al reclamo de una tierra con nombre de vino que les posibilite seguir creyendo en el sueño. Magrebíes, subsaharianos y ciudadanos del Este... La vergüenza está ahí fuera pese a empeñarnos en mirar hacia otro lado.
Basta con darse una vuelta para comprobar cómo cualquier sitio es bueno para pasar una noche, dos e incluso tres. Ellos lo hacen. Cajeros, portales y pasajes cuando a la lluvia se le antoja acompañarles. Parques y plazas cuando el cielo se muestra benévolo y se lo permite. Justo cuando la opinión pública se sobrecogía con el rescate del mayor cayuco conocido arribado a Canarias, La Rioja recibía su propia patera: sólo que por carretera y con destino a la estación de autobuses de Logroño.
'In situ'
Pese a que la versión oficial ofrecida por el Ayuntamiento es que «la situación está controlada y se les está dando acogida a todos», una ronda nocturna es suficiente para constatar que no es así. Diario LA RIOJA se ha echado a la calle para comprobar 'in situ' las condiciones en las que decenas de inmigrantes, quién sabe si llegan a la centena, se confunden durante el día entre los paseantes para, llegada la noche, tomar posiciones y encontrar un refugio. Muchos se van, pero su lugar es inmediatamente ocupado por otros que vienen. Con las cuadrillas 'apalabradas' desde el pasado año y con una mecanización del campo cada vez mayor, hacerlo sin contrato limita el éxito. Y más en los actuales tiempos de estrecheces.
La terminal de autobuses y sus alrededores registran estos días gran movimiento. Un rápido recorrido por Vara de Rey sirve para darse cuenta, atónito, de que todos los cajeros de las diferentes entidades bancarias se encuentran 'ocupados' cuando no con 'overbooking'. Los ex hombres están ahí, justo detrás de los cristales que anuncian depósitos con grandes rentabilidades. Ajenos a ello, pasan las noches esperando a trabajar entre viñedos.
El retraso en el proceso de maduración de la uva ha contribuido a agravar una situación que, a fuerza de costumbre, parece haberse convertido en habitual para los riojanos. Y la puntilla ha venido de la mano de la crisis del ladrillo: ha dejado a numerosos inmigrantes en la estacada que han tenido que agarrarse a lo que sea. A un clavo ardiendo. Así, mientras de la conversación con algunos se deduce cierta experiencia -con participación en campañas hortofrutícolas en Andalucía, Cataluña y la propia Rioja-, otros se confiesan novatos. De la obra a la viña. Sin apenas tiempo para la transición y no más de unos euros en el bolsillo.
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