El vermú torero

Cuando las jornadas de fiesta se acaban y hay que madrugar al día siguiente, los sanmateos tienen una receta perfecta: el vermú torero. Su composición es más sencilla que la receta del calimocho. Se mezclan los horarios diurnos, con las ganas de echarse unos pinchos con unos tintos y, para finalizar, partida o sucedáneo en terraza acompañado de pacharanes o los primeros cubatas.

El resultado de estos vermús toreros, que comienzan a partir de la una y acaban al filo de la madrugada, es algo parecido al rosario de la aurora. La excusa de vivir las fiestas de día se aúna a la obligación de trabajar al día siguiente.

Por eso el vermú torero tiene tanto arraigo. A las once de la noche uno puede estar ya encamadito después de haber pasado ocho horas comiendo y bebiendo.

Existen algunas variantes del vermú torero que multiplican casi hasta el infinito sus daños hepáticos. Sólo lo practican unos cuantos profesionales y consiste en comenzar con los calamares y los vermús, continuar toda la tarde, y empalmarlo con la pelota o los toros (preferentemente en localidad alta y con un vaso en la mano). Son fácilmente reconocibles: a la salida de la plaza de toros o del Adarraga parecen una víctima más del huracán Katrina: pelo desgreñado, ropas movidas, andar deambulante... Vamos, que da gloria verlos.

A ellos la noche nos les llegará a confundir porque han exprimido el día hasta las cachas. Mañana se volverán a colocar la montera, harán el paseíllo con la parienta y se dispondrán de nuevo a beberse otro vermú torero.