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ENRIQUE PRADAS MARTÍNEZ
Lunes, 24 de marzo 2008, 01:45
Uno de los episodios «memorables» -y menos conocido- de la pasada legislatura fue la admisión en el Congreso de la proposición socialista (24/04/06) para extender, de algún modo, los derechos humanos a los simios. De esta proposición se hizo encendida defensa en esta sección (10/05/06) en un artículo firmado por J.M. Medrano, bajo el más que elocuente enunciado de 'Simios humanos', que enmarcaba la propuesta (decía) dentro de las acciones que promueve el movimiento internacional denominado Proyecto Gran Simio. Medrano se lamentaba en su escrito de las «estupideces sin número que los graciosos llevan semanas soltando, especialmente en los medios ultraderechistas» sin «pensar» que el mayor de los ridículos pudiera ser el de quienes promovieron semejante propuesta.
Para desgracia de los proponentes, el filósofo Gustavo Bueno, además de encontrar justificadísima la chirigota ante la propuesta socialista, sí les tomó en «serio». Y dado que tal proyecto no se limitaba a expresar inofensivas especulaciones emanadas del caletre (cogote) de algunos etólogos, sociobiólogos y filósofos morales, sino a llevarla a una sede parlamentaria -in tener en cuenta las ridículas consecuencias que podrían derivarse de su aplicación-, entró de «lleno» en el asunto: ¿son humanos los simios?
Bueno niega la mayor. Éstas son las claves de su exposición:
1º.- Quienes propugnan la «condición humana» de los grandes primates apelando a la Teoría de la Evolución, están haciendo, paradójicamente, una errónea interpretación de la misma, por cuanto en ella se explica el origen de las especies vivientes por la transformación de las unas en otras, en virtud de una selección natural debida a la lucha por la existencia. Darwin y sus sucesores demostraron ciertamente que el hombre procedía de la transformación de los animales, uno de cuyos eslabones (en nuestro caso) lo ocupan los primates.
Pero como es sabido, el orden de los primates -que aparecieron hace 60 millones de años- evolucionó hasta dar lugar al suborden de los antropoides (40 millones): primero los monos; luego, los simios (22). En un momento dado, en África, algunos simios se «bajan» de los árboles, siguen una «evolución» distinta de sus semejantes, que permite establecer no pocas y profundas diferencias: el «nuevo» medio les «obliga» a erguir su cuerpo sobre sus «patas» traseras; comienzan a utilizar como «herramientas» piedras y palos; su capacidad craneal va aumentando, es el grupo de los homínidos: Ardipithecus (4,5 millones), Australophitecus (3m.), Homo habilis (2,5 m.), Homo heidelbergensis (600.000), hasta llegar al Homo sapiens (120.000), el «hombre moderno», que muy poco tiene que ver ya con el simio que «bajó del árbol».
2º.- La Etología y la Genómica (a las que apelan los que pretenden ampliar la «comunidad moral» de los iguales a los grandes simios), sin duda han establecido sorprendentes relaciones de semejanza entre los hombres y los simios de hoy: han revelado que el 96,4% de nuestros genes son comunes con los orangutanes actuales; el 97,7% con los gorilas; y el 98,4% con los chimpancés; pero también que el genoma de un diminuto gusano de un milímetro de largo, el 'Caenordhabditis elegans', contiene el 36% de genes comunes a la especie humana. ¿Debe concluirse que por la afinidad genética queda demostrada la condición humana de los simios? En absoluto: porque no cabe atribuir derechos (humanos) sin obligaciones. ¿Qué obligaciones deberían asumir los simios para conquistar la condición de sujetos de derecho? ¿La de trabajar, por ejemplo?
3º.- Los humanos estamos un «escalón» por encima del resto de animales, y no precisamente por un «soplo divino». Dicho «escalón» se habría alcanzado a lo largo de miles de años de evolución. El rasgo determinante, según Bueno, sería la relación de «dominación y control». El «control duradero» o sostenido de un grupo (el nuestro, sobre el resto de animales) implica, desde luego, un nivel determinado -en los individuos- de inteligencia, comprensión, posesión de instrumental adecuado, «dominio de hecho» (incluido el buen trato), en suma, «racionalidad».
En cualquier caso, concluye Bueno, los simios sólo merecerían el título de personas, como sujetos de derechos, si tuvieran capacidad, poder y decisión para reclamarlos y exigirlos. Y no es el caso. Y si algún día se produjera (por un azar de la evolución), no sólo no debiéramos otorgárselos, sino negárselos de plano. De lo contrario, nos expondríamos a la posibilidad de que el planeta de los simios (¿recuerdan la película?) dejase de ser una ficción, para convertirse en una pesadilla. Para los humanos, claro.
P.D.: ¿No encuentran Vds. similitud argumentativa en el intento de ZP de dotar de «derechos fundamentales» a gorilas, orangutanes, chimpancés y bonobos, frente al hombre, con el reconocimiento (por su parte) de «naciones», por tanto sujetos de soberanía, de las «nacionalidades» frente a España? Yo sí.
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