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ELÉN JIMÉNEZ
Jueves, 21 de febrero 2008, 01:20
Que vivimos en la era de la tecnología es un hecho. Que estamos invadidos por la informática, Internet, cámaras, videoconsolas, móviles y demás artilugios es una realidad. Pero algunos de nosotros echamos de menos poder pasear por las calles de nuestra ciudad sin vernos reflejados en cualquier cámara de banco. Estoy plenamente convencida de que a la inmensa mayoría de la gente no le hace mucha gracia sentirse cada día mas controlada, vigilada y observada. Que es algo que, poco a poco, estamos aceptando o sobrellevando, tratando de adaptarnos a la era de la tecnología. Que lo digerimos como una pésima comida sin sal. Pero el colmo de los colmos son las cámaras de vigilancia en el trabajo. (Imagínense una cámara instalada en el salón de su casa, grabando todos y cada uno de sus movimientos. O en la consulta del médico, al que usted le esta contando sus cosas). Nada hay que esconder, pero la verdad es que es incómodo, coarta libertad de movimientos y añade estrés al trabajador. E incluso puede que hasta lesione algunos de sus derechos personales (no olvidarse de que el trabajador, en su puesto de trabajo también tiene derechos individuales: su dignidad, su imagen, su intimidad, etc.) ¿Hasta dónde vamos a seguir consintiendo la invasión de nuestro anonimato, de nuestra intimidad? ¿Por qué hay empresarios que alegando extraños motivos (legales) colocan cámaras en los lugares de trabajo? ¿Aún necesitan más control? Ahora, dentro de nada, quieren que empiece a funcionar las cámaras de vigilancia en el centro de disminuidos psíquicos de Fuenmayor Camp (Santa Lucía). Supongo que el motivo es el mejor seguimiento y vigilancia de los pacientes (por lo menos es lo que, desde la Consejería de Servicios Sociales dicen). Pero yo no me lo trago, lo siento; no me cuadra. ¿Desde cuándo una cámara es capaz de evitar una pelea entre residentes, un vómito, una crisis epiléptica? Esa acción inmediata y necesaria la realiza el trabajador del centro. Creo sinceramente que el personal sanitario que les atiende es personal altamente cualificado, que ha dado muestras de su profesionalidad y compromiso desde la apertura del centro. Y entonces es cuando se asoma una pregunta maliciosa: ¿a quién desean vigilar? Los motivos de dicha instalación no es otro que el seguimiento del trabajador, su comportamiento, su labor diaria. Si el paciente estuviera mal atendido por falta de personal, ¿no seria más lógico, más normal, crear nuevas plazas de auxiliares? De paso, se matarían tres pájaros de un tiro: se crearían puestos de trabajo, se cubrirían las contingencias extraordinarias y, de paso, se reforzaría el turno de noche (el que más desprotegido está). Eso sí que sería mantener la vigilancia y control del centro y del residente. El resto son excusas disfrazadas de buenas palabras, es afán controlador extremo.
Propongo que se instalen cámaras en todos y cada uno de los despachos de los jefes de esta nuestra querida y bien amada Administración, pero sólo por curiosidad, sin mala fe. De seguro que a muchos nos iban a sorprender las imágenes.
Nada, que de aquí a poco tiempo todos sin distinción viviremos rodeados de medios de control, cámaras de vigilancia, micrófonos y chips; es decir, en Guadalix de la Sierra. Y yo, que nunca he sentido deseos de presentarme a los castings de Gran Hermano.
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