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MANU MEDIAVILLA
Domingo, 10 de febrero 2008, 02:07
«El gran problema es el silencio», advierte Joan Montané, que hasta los 38 años no pudo «reconocer y reconocerse como una persona que sufrió abusos sexuales en su niñez». Siete años más tarde, después de traducir esa conciencia en un libro «escrito en directo, desde la perspectiva de quien lo va viviendo», y en un foro de ayuda mutua en Internet que ha reunido a casi 1.500 personas, siente que «somos ejemplo de que se puede salir adelante y dar a conocer esa realidad para prevenirla».
Es lo que persigue la Asociación para la Sanación y Prevención de los Abusos Sexuales en la Infancia (ASPASI), que acaba de presentarse en Madrid con el objetivo básico de «romper el silencio» y «alertar, no alarmar», sobre un «problema oculto» que alcanza a una de cada cuatro niñas y uno de cada siete niños. Los datos proceden de un estudio que ha cumplido ya una década -la escasez de investigaciones confirma el carácter 'subterráneo' de esa realidad- en el que Félix López, catedrático de Psicología de la Universidad de Salamanca, cifró los menores de 17 años que sufren ese tipo de maltrato en el 23% de las niñas y el 15% de los niños.
«Uno de cada cuatro abusos es una violación», remacha la presidenta de ASPASI, la psicóloga Margarita García-Marqués, quien subraya la importancia de encarar el problema, por crudo que sea, y no mirar para otro lado. Más allá de las cifras exactas (el psicólogo clínico Enrique Echeburúa, presidente de la Sociedad Vasca de Victimología, estima que «el abuso sexual puede afectar al 4% de la población infantil española»), existe coincidencia en que «la gran mayoría de los casos no se denuncia». Y eso, recalca, es un pesado lastre para las víctimas: «Si cogemos estas situaciones a tiempo, las secuelas son mínimas o nulas. Si no, pueden dejar secuelas terribles como el alcoholismo, la drogadicción o incluso el suicidio».
El pediatra Jesús García Pérez, presidente de la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato Infantil (FAPMI), recuerda que muchas veces «se repite aquí el síndrome de Estocolmo» y una «acomodación al maltrato» que aún complica más el escenario. En esos casos, remarca, «el silencio de los niños es ensordecedor, y hay que dedicarles tiempo para romper» esas ataduras emocionales. Máxime cuando demasiada gente alrededor pasa de largo o se resiste a creerlo. «Denunciar al abusador, cuando es el padre, da un miedo atroz», apostilla la presidenta de ASPASI. «Algunos casos son clarísimos, pero hay maestros, médicos, que no se atreven a decirlo y sólo lo hacen por lo bajines».
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